Ya que la candidata de la izquierda mantiene su filiación con el anacrónico extremismo comunista del pasado, es probable que para la gran mayoría de los chilenos las opciones civilizadas, propias de un país sensato y cansado de experimentos refundacionales intransigentes, sean tres: Evelyn Matthei, José Antonio Kast y Johannes Kaiser.
Ellos representan distintas sensibilidades dentro de un marco de respeto a las reglas de una democracia liberal: alternancia en el poder, protección de las minorías y los necesarios checks and balances. Hay alternativas para quienes se sienten más cercanos al centro, y también para quienes creen que el país requiere de un liderazgo más decidido y disruptivo, que devuelva la seguridad y el crecimiento en el menor tiempo posible.
Podría pensarse que no hay mucho en juego, pero la realidad es más compleja. Los problemas que enfrenta Chile son profundos. Retomar el camino hacia el desarrollo, elemento clave para la dignidad y cohesión de nuestra sociedad, requiere de una secuencia de gobiernos con visión de largo plazo. Chile necesita mucho más que un quick fix. El que surja de la próxima elección deberá proyectarse más allá de su propio período y sentar bases duraderas.
Vale observar lo que ocurre en Argentina. La “motosierra” de Milei fue necesaria para despertar a un país exhausto, pero su verdadero desafío es transformarse en un estadista capaz de convocar a los mejores talentos y reconstruir una gran nación. Si no lo logra, el peronismo volverá. Chile debiera aprender de esa experiencia.
Nuestro voto, este domingo 16 y, eventualmente, en una segunda vuelta, exige reflexión. El próximo Presidente debe tener ideas claras, carácter, y sobre todo, la capacidad de formar equipos, atraer nuevos liderazgos y entusiasmar a una generación joven. No bastará con corregir los errores del gobierno saliente, cuyos intentos refundacionales resultaron nefastos. Será necesario ir más allá, reencantando a los chilenos con su país, fortaleciendo una renovada aspiración e identidad nacional, sin dogmatismos y construyendo mayorías en torno a ideas correctas.
Más allá de la seguridad y el crecimiento, hay desafíos de fondo: la reforma del Estado, la modernización de la democracia representativa, la fragmentación partidaria, la educación del siglo XXI, la innovación, la productividad, el uso de la inteligencia artificial, la inserción internacional y el nuevo orden geopolítico. Son temas que definirán el Chile del futuro.
Matthei, Kast y Kaiser ofrecen visiones distintas, pero legítimas. La clave está en su capacidad de reunir talentos y proyectar un ciclo de gobiernos que consoliden una nueva era. Me atrae conceptualmente Kaiser. He trabajado con su hermano Axel por años, en la difusión del liberalismo clásico. Por otro lado, Kast tuvo el coraje de dar la cara cuando se intentó refundar el país, y ha liderado con convicción un movimiento que representa a muchos jóvenes. Matthei representa la experiencia y la sensatez de una gestión seria, aunque la centroderecha haya carecido en ocasiones de fuerza para librar la batalla cultural.
Cada uno tiene luces y sombras. Pero el próximo liderazgo deberá vencer en dos frentes: el cultural y el del desarrollo integral. El gobierno que venga debiera ser la antesala de una nueva etapa histórica: un Chile más digno, libre, inclusivo, próspero y en paz.
Voto por Matthei con la convicción de que en su gobierno va a haber cabida para la gente más talentosa y atrevida del país, que incluye a servidores públicos de la ex-Concertación, a Amarillos, a la Democracia Cristiana y por cierto, a Kast y a Kaiser. El Chile grande que queremos, que querría el Presidente Piñera, nos exige que las buenas opciones que tenemos al frente no sean mutuamente excluyentes. Nicolás Ibáñez Scott
La elección que viene
06
Nov